– Mi caaasa… mi caaasa…
El pequeño hombrecito con cabeza de tortuga señala hacia el cielo. Su dedo tiembla y se ilumina recordando el sitio cálido que dejó atrás para emprender un viaje. Su hogar entre las estrellas. Apuesto fuerte a que será un sitio bastante raro.
No es gallego, pero en la película el hombrecito tiene morriña. Apenas articula palabras, es otro extranjero incomunicado. Abre un poco más los ojos asombrados, desmesuradamente grandes (y, que raro, humanos), e inclina la cabeza en un gesto de ternura calculado. Eso siempre hace suspirar a las madres.
A las madres, que también suspiran por sus niños. A los niños, que son los que piden el muñeco del pequeño extraterrestre con cabeza de tortuga. A Spielberg, que recuerda cómo engordó su cuenta corriente haciendo muñequitos de un tipo feo y escuálido con cabeza de tortuga que extraña su casa.
¿Marco Polo? No. Tampoco es Livingstone o Shackleton. El viajero más grande de todos los tiempos es ET.
Entre nosotros hay muchos que queremos emular a ET. Nos subimos a nuestras naves, viejas Volkswagen camper, Mitsubishis L300, autobuses transformados, sufridos cuatros por cuatro, viejos cascajos interestelares, y partimos en viajes que pueden terminar en cualquier lado.
En planetas desconocidos que giran a pocos kilómetros de casa.
En agujeros negros de dónde ya no sabemos cómo volver.
En el camino puedes dormir en estaciones de servicio luminosas, puestos de peaje estratégicamente levantados en medio de la nada, playas saladas, parques públicos, iglesias cerradas y canteras abandonadas. Y hasta en hostales.
Esta es una lista de hostales en donde nos hemos detenido. Algunos son albergues transitorios de dueños gordos y empleados mal pagados que refunfuñan. De señoras de la limpieza que visten como si acabaran de cambiar de profesión.
La mayoría despiden una energía asombrosa.
Unos cuantos tienen habitaciones de estilo cutrelux, con baño privado, televisión por cable, tabiques delgados, manchas antiguas en las paredes y colchones forrados. A veces en tela gruesa y absorbente. A veces en su funda original de plástico. Lo más común, en un forro lavable y deslizante de cuero falso.
A veces es difícil encontrar un hostal confiable donde aparcar si estás de viaje. Aquí hay una lista de sitios en donde hemos parado. Casi todos tienen un aparcamiento donde dejar tu coche, furgo, autocaravana, 4×4, moto, camioneta o caballo.
Que les sirva.
Paramaribo, Lambada Hotel: Es el clásico y viejo puticlub barato donde caes cuando llegas tarde y no conoces la ciudad. Las habitaciones cuestan 60 RSD, unos 20 dólares (eso es barato en Surinam), y las chicas-viejas que atienden hacen lo que pueden por caer simpáticas, pero nunca alcanza. Las habitaciones traen baño privado con ducha de agua fría, una tele vieja que sólo emite en holandés y mosquitos que cuchichean junto a tu oído por la noche. Tiene un ventilador en el techo. Las paredes están sucias… Queda en la calle Keizerstrasse 162-164.
Paramaribo, Golden Palms Inn: A la mañana siguiente decidimos buscar otro sitio, aunque nos saliera más caro. Y llegamos a otro puticlub, más caro. Este tiene un gran aparcamiento, queda a 100 metros del Palmentium (el parque de Palmeras del centro antiguo de la ciudad) y sus habitaciones dobles tienen baño privado, televisión en holandés, aire acondicionado y carteles que solicitan tirar los condones usados en el cesto de basura. No es muy alentador. Sus mosquitos son resistentes al frío y, lo peor, colchones con olor a humedad… ajjjjj!!! Cuesta 25 dólares la noche.
Paramaribo, Scorpions Hotel: El último día volvimos a intentarlo. Y esta vez acertamos. Caímos en un puticlub familiar, decente, limpio y amistoso. Nos dieron una enorme habitación antigua, con ventilador y ducha privada. Las sábanas estaban limpias y no sólo eso, olían a limpio. La única curiosidad eran unas manchas de humedad en el techo, similares a las apariciones satánicas o divinas de Vélez, en España. En este caso, una mujer gorda en la postura del loto con una cabeza deforme que le sale de entre las piernas. No habíamos bebido nada. La habitación cuesta unos 11 dólares y Mike, el encargado, es un negro simpático. Queda en MahonyLaan 51, y el teléfono es (597) 8762 999.
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